Podría mirar a otro lado, cerrar los ojos, pensar que no estaba allí. Eso sería muy fácil. Tan fácil como salir como si nada a la calle, dar un paseo, encontrarse de frente con los vecinos, saludar a unos e ignorar a otros, sonreír a los extraños o bajar la mirada ante cualquier otra lasciva que buscara furtivamente su bien marcado busto. Podría haberlo hecho. Pero no lo hizo.
Miró hacia la mesa que tenía casi a un brazo de distancia. Valoró los aparatos, útiles e instrumentos que habían sobre ella: el teléfono, el abrecartas, la agenda telefónica, una lupa, las llaves... Todos y ninguno podrían servirle. Porque esa distancia de un brazo era insalvable. Estaba paralizada.
Notó cómo la sangre le subía a la cabeza, las piernas hormigueaban y con esa sensación perdían fuerza. No podría alcanzar las llaves y echar a correr. Porque no llegaría a la puerta. Él sería más rápido que ella y no la dejaría salir.
Miró el teléfono. Bah, era absurdo pensar en una llamada de socorro, no tendría tiempo a descolgar sin ser atacada. Así que, sin apenas girar más que los ojos, sin que fuera perceptible la rotación del cuello, buscó otra salida. Pero ya era presa del pánico.
De repente tomó la decisión más absurda. Echó a correr, dando vueltas por la habitación, con los brazos en alto y emitiendo unos terribles alaridos. Enloqueció escuchándose a sí misma, fuera de razón y cada vez más excitada en su propia locura.
Pero consiguió su objetivo. El agresor también sintió ese mismo pánico.
El rabo fue lo último en desaparecer. El ratón huyó por el único agujero entre el suelo y la pared.
Miró hacia la mesa que tenía casi a un brazo de distancia. Valoró los aparatos, útiles e instrumentos que habían sobre ella: el teléfono, el abrecartas, la agenda telefónica, una lupa, las llaves... Todos y ninguno podrían servirle. Porque esa distancia de un brazo era insalvable. Estaba paralizada.
Notó cómo la sangre le subía a la cabeza, las piernas hormigueaban y con esa sensación perdían fuerza. No podría alcanzar las llaves y echar a correr. Porque no llegaría a la puerta. Él sería más rápido que ella y no la dejaría salir.
Miró el teléfono. Bah, era absurdo pensar en una llamada de socorro, no tendría tiempo a descolgar sin ser atacada. Así que, sin apenas girar más que los ojos, sin que fuera perceptible la rotación del cuello, buscó otra salida. Pero ya era presa del pánico.
De repente tomó la decisión más absurda. Echó a correr, dando vueltas por la habitación, con los brazos en alto y emitiendo unos terribles alaridos. Enloqueció escuchándose a sí misma, fuera de razón y cada vez más excitada en su propia locura.
Pero consiguió su objetivo. El agresor también sintió ese mismo pánico.
El rabo fue lo último en desaparecer. El ratón huyó por el único agujero entre el suelo y la pared.
3 comentarios:
Si hubieras escrito sobre una araña, ni te hubiera comentado. Les tengo fobia.
¿Matas arañas profesionalmente? ¡Es muy importante!
Los ratoncitos me producen una especie de ternura.
Me gustó. :D
jajaja ya me estaba yo imaginando al asesino en serie afilando su cuchillo a pocos metros de distancia...
Si "profesionalmente" es dar un buen pisotón con un zapato, entonces creo que se puede decir que sí. En cualquier caso, las de las casas son muy chiquitas y valdría el insecticida.
El asesino con el cuchillo frente a ella, aunque parezca que no, es lo que veía esa mujer en el inofensivo ratoncito. Eso es lo que llega a producir el miedo y la aversión por algo.
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