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Detalle del tríptico "Tengo cabeza, pies y manos", de Manuel Pérez Báñez
Una paloma blanca emerge de la chistera de piedra. Se declara inaugurada la estatua del famoso mago.
Desencuentro:
—¿Subes o bajas?
—Bajo si subes, subo si bajas.
El exorcismo de mi hermana pequeña funcionó. Ahora todos estamos endemoniados, y ninguno de nosotros nota la diferencia.
El psiquiatra logró curarme. Ya no me siento perseguido por mi sombra: ahora avanza más rápido que yo.
De mis cinco sentidos, me quedo con el tacto de tu piel.
Hubo tiempos en los que el hombre era un lobo para el hombre. Ahora es hombre para el hombre, lo que resulta bastante más temible.
No necesitaba pedigrí. Para saber que era un pekinés auténtico, me bastó oírle ladrar en perfecto mandarín.
—No son gigantes, señor, que son molinos. —Ya lo sé, Sancho. Pero tenemos que escribir la historia.
Escribimos sobre el fracaso, porque el éxito no se nos antoja nada poético.
Sonaba más lastimoso el eco que el lamento.
El crucero para reconciliarnos resultó un éxito. Cada uno de nosotros encontró nueva pareja.
—Estoy harta de esta dieta —se lamentaba la zorra. Mientras, el abad seguía empeñado en mantener vivo el espíritu del palíndromo.
Robé el aire de la tarde, para que pudieras disfrutar de su brisa allá donde estuvieras.
En mi huida del miedo, éste corría más que yo. Cuando me giré, pude ver que a ambos nos perseguía el pánico.
Se sintió vulnerable y desnuda. Siempre había sido una incógnita, hasta que los ojos del matemático se posaron sobre ella.
"El espacio es curvo", afirmaba Albert Einstein. Y yo lo confirmo, cuando veo cómo el aire se ciñe a tu cuerpo.
Nunca fui capaz de dar un "no" por respuesta. Siempre lo di antes de que me preguntaran.