lunes, 29 de septiembre de 2008

VEH, virus letal



Tantas veces se había fantaseado con ideas catastrofistas sobre el final del mundo!.
No fueron necesarias guerras nucleares, ni meteoritos o asteroides, ni violentos volcanes o terremotos. La naturaleza tuvo una forma sutil y sublime de eliminarnos y salvarse antes de que acabáramos con ella.
No fue el VIH como algunos llegaron a pensar cuando apareció en los años 80. Fue el VEH. Virus de la esterilidad humana, treinta años después comenzó el principio del final. Y así ocurrió:

Empezó a llamarles la atención. Las mujeres, cuando hablaban entre ellas, ya habían intuido el problema. "No logro quedarme embarazada", decía angustiada cada mujer deseosa de ser madre a sus amigas. "Igual me está ocurriendo a mi", respondía cada una de las que trataban de tener hijos. Sin embargo, a nadie pasaba entonces por la mente que el problema era global. Hasta que empezó a ser comentario general y pronto se hizo notorio en las estadísticas. Algo estaba ocurriendo, pero no había una investigación médica concluyente que pudiera justificar lo que ya era un hecho.
No tardó mucho en aparecer. Los científicos no podían dar crédito a sus ojos cuando lo vieron bajo el microscopio. Un auténtico devorador de espermatozoides y de óvulos estaba ahí ante ellos, con sus pequeños 50 nanómetros parecía desafiar a todos los que lo observaban, parecía decir "estáis acabados", y su estructura se asemejaba a una microscópica y burlona sonrisa esférica.
La enfermedad era incurable, no dañaba a las personas que la padecían, pero se propagaba de forma exponencial, utilizaba cualquier medio para contagiar: el agua, el aire, los alimentos. La vida se hizo tóxica para la propia vida.
Los bancos de esperma y de óvulos funcionaron durante un tiempo, pero era imposible contrarrestar los efectos del virus. Las madres no podían gestar, ni aún óvulos fertilizados. Las consecuencias no se hicieron esperar más que unos meses.
En las calles dejaron de pasear cochecitos de bebé, dejaron de haber sonrisas y llantos de niños. Y más tarde desaparecieron también los adolescentes y los más jóvenes. La humanidad envejecía y no había relevo posible.
La juventud se convirtió en algo excepcional, y luego... luego fuimos teniendo problemas para recibir atención sanitaria, para alimentarnos, para subsistir. Se dejó de producir, de vender, de comprar, de consumir. Poco a poco se iba dejando de vivir.
Yo fui uno de los últimos miles de niños que pudieron nacer. Escribo esto a mis 110 años, con la seguridad de que somos pocos los que quedamos, no sé cuántos, hace tiempo desaparecieron las noticias y la información, hace tiempo que ha desaparecido casi todo. No creo que alguien lea alguna vez lo que escribo, lo grabaré en soporte digital. Quizá dentro de miles de años, en alguna excavación arqueológica, alguien sepa por qué dejamos de existir.

domingo, 28 de septiembre de 2008

El viaje

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Recordaba vagamente el camino, del año anterior. Aquella sabana con la hierba de color pajizo, agostada por el calor, los pocos árboles como pintados en el horizonte, y el sol, siempre el sol allá arriba haciéndonos muy difícil el viaje.

Algunos otros grupos se desplazaban con nosotros, aunque parecía que cada uno siguiera una ruta diferente, podíamos vernos pero manteníamos las distancias. El polvo que levantaban las comitivas anunciaba, en la lejanía, nuestra presencia.

África en esta época del año es un lugar duro. Asi que buscar agua y alimento es la única garantía de poder seguir vivos. Es mi tierra, es mi familia la que se desplaza a mi lado, y eso me da fuerzas. Amo esta tierra, como amo a mis hermanas y hermanos. Amo a mi madre. De mi padre apenas tengo recuerdos, pero seguro que fue un buen padre.

Inesperadamente comienzo a sentir agitación en mi grupo. No puedo ver bien qué ocurre, hay demasiados delante de mi. Pero el aire toma un matiz de humedad que no habíamos sentido antes. Huele diferente, la presencia del río se va haciendo cada vez más notable.

De pronto es como si todos me empujaran. Nuestro grupo ha formado una montonera, y siento que me resulta difícil estar de pie sin caerme. Delante de mi, un pequeño talud de tierra. El río está allá abajo.

Unos ojos se cruzan con mi mirada. Asoman saliendo desde debajo del agua. Puedo reconocerlos: son los ojos del asesino de mi padre. Un montón de imágenes de un río enturbiado de agitación, barro y sangre, pasan por delante de mi. Pero no es mi imaginación, es que volvía a ocurrir, como cada año. Salto el talud con los ojos cerrados, y aquél animal con fauces monstruosas intenta atraparme una pata, pero creo que es la fuerza de mi padre la que me empujó en el momento justo.

Por tercer año en mi vida, consigo llegar a la otra orilla. Corro sin mirar hacia atrás.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Buscando la diferencia


Entré en mi habitación, sabiendo que allí no estaba. La conocía demasiado bien como para poder admitir que aún me tenía alguna sorpresa reservada.

Quizá lo hice porque era el espacio donde más fácil me resultaba pensar. Y mientras, iba analizando lo que veía, dándome cuenta de que mi valoración era acertada: allí no estaba.
Solo con mirar hacia la ventana, la cuestión parecía zanjada. Ahora tengo un estore moderno, una persiana enrollable que llega justo hasta el marco inferior de la ventana, sin necesidad de colgar hasta el suelo y taparlo todo. Y por entonces, en mi casa anterior, estaban esas cortinas gruesas que recogían el olor a humedad de la habitación, cortinas que por otra parte apenas eran necesarias, porque más que no dejar entrar la luz, no dejaban entrar la oscuridad...

Mi cama ahora era informal pero acogedora. Una cama sin cabecero con un colchón de esos que te venden por la tele y que pagas durante años, pero que al menos no te agrede cuando tratas de dormir. Y cubriéndola, ese edredón nórdico tan suave, de colores claros. Aquella cama de entonces no era igual. El cabecero de madera pintada con esos dos pináculos laterales de dudoso buen gusto, el colchón de muelles con el que mi cuerpo no se entendió nunca bien, y aquella colcha estampada que a veces me producía pesadillas.

Después miré los libros. La biblioteca había aumentado de manera más que considerable. Y la mesa de trabajo... Ahí estaba el ordenador, eso tampoco lo tenía por entonces, y desde luego lo echaría mucho de menos si no lo tuviera ahora. Salí de mi habitación, con la seguridad de que era netamente mejor y más agradable que la que había tenido en mi anterior hogar.
Seguí recorriendo la casa, buscando en cada habitación dónde estaba aquella diferencia, aquella que me hacía sentir mayor bienestar en esa vivienda que vendí a no muy bien precio, porque en ese momento la burbuja inmobiliaria no había empezado aún a hincharse.

El salón, con el televisor plano, la cadena musical, las luces halógenas regulables, el mueble de escayola, la rinconera clara, evidentemente producía mayor confort que aquél otro con muebles clásicos oscuros y aquella televisión antigua que más parecía una pecera, de colores desvaídos. Los tapizados, la luz, las maderas, los colores. Realmente no había comparación posible, y la cuestión empezaba a resultarme ya un poco desesperante.

En la salita no entré, tan solo hice un rápido recorrido mental por ella. Es una habitación que uso como comedor y por la que nunca me he preocupado demasiado. Una mesa, unas sillas, unas estanterías y un televisor para ver las noticias mientras como precipitadamente, los pocos días que puedo hacerlo en casa. Allí no iba a encontrar nada que me proporcionara la clave de lo que andaba buscando. Es más, ahora recordaba que en mi anterior casa no tuve salita, era un pequeño dormitorio que solo tuvo esa función alguna vez que hubo invitados.

Pensar que en la cocina estuviera la diferencia parecía ya absurdo. Aquella vieja cocina que por mucho que limpiabas no parecía higiénica del todo, con la lavadora incorporada como un mueble más, y tantas bombonas de butano como para tenerle miedo, se había convertido en una cocina modular diseñada a medida, con sus electrodomésticos empotrados y que funcionaba completamente mediante energía eléctrica. No habían bombonas explosivas ni suciedad por ninguna parte, así que nada que buscar. La lavadora había desaparecido, y ahora estaba en esa terraza contigua, pequeña pero muy útil.

Cuando terminé de recorrer la casa estaba ya un poco agotado. No física, pero si mentalmente, tampoco quince años después recordaba punto por punto cada detalle de mi vivienda anterior, y me costaba cierto esfuerzo hacer cada una de las comparaciones. Pensé que sería mejor olvidar el tema, a veces las ideas o los recuerdos surgen cuando dejas de pensar en ellos. Pero desde luego me iba a seguir preocupando saber qué tuvo aquella casa que me hacía sentir mejor.
Después de esas dos inútiles horas me apetecía refrescarme un poco, también para aclarar mis ideas. Así que fui al baño a lavarme un poco la cara.

Abrí el grifo con un buen chorro de agua, cerré los ojos y me empapé abundantemente la cara, el cuello y la nuca. Palpé hacia un lado buscando una toalla, aún con los ojos cerrados. Y cuando me incorporé de la postura encorvada del lavabo, abrí los ojos y vi mi reflejo en el espejo.

Ahí, justo ahí, encontraba lo que me había llevado más de dos horas de minuciosa inspección hogareña. El espejo de mi baño antiguo era esa gran diferencia: reflejaba a un tipo mucho más joven que el que ahora, quince años después, veía en este de mi nuevo hogar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Dalí

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Salvador Dalí: La Persistencia de la Memoria

Su mente se desintegró, formando un montoncito muy surrealista de ideas.

Obligado cumplimiento



Siempre odié viajar a los lugares donde iba todo el mundo. Pero toda mi familia me dice que tendré que continuar haciéndolo... si es que quiero seguir siendo ave migratoria.

Orillas



Un día las mareas empezaron a seguir una rutina diferente.
Se inundaban ciudades o el mar se retiraba kilómetros hacia adentro, desapareciendo las playas y las costas, provocando el hundimiento de la economía de aquellas poblaciones que siempre habían vivido del mar, sumergiendo en la tristeza a las personas cuya vida había transcurrido con la visión de una tranquila playa.
Los pescadores dejaron de salir a hacer su faena, pues el agua en retirada los arrastraba mar adentro, y la marea alta arrojaba sus barcos contra los edificios. Pronto, las ciudades costeras fueron abandonadas.
Ningún científico lograba dar una explicación, pese a constantes mediciones, análisis de las aguas, fotografías de satélites y toma de datos.
En los programas de televisión era casi la única noticia. Los reporteros ya no se dedicaban a perseguir famosos, sino a pedir a la gente que contara sus experiencias o diera sus opiniones sobre lo que estaba ocurriendo.
Un día (todos pudimos verlo) la entrevistadora acercó su micrófono a una niña de seis años, que supo dar la clave de lo que sucedía:
-Si, es que la Tierra y la Luna enfermaron...

Genocidio



Esta mañana he roto el despertador.
Lo he machacado, sin piedad. No sé con qué lo hice, porque apenas había salido del sueño. Quizá le aticé con un zapato, o directamente lo estrellé contra el suelo. No lo recuerdo. Solo el resultado, verlo destripado e inerme sobre el piso cuando encendí la luz.
Y no lo hice por mi, no fue la reacción violenta de un sueño interrumpido. Nada de eso. Ha sido por la humanidad.
Soñaba. Después de una noche no muy ajetreada de sueños tópicos, de nadar en playas irreales, de subir y bajar escaleras que conducen a sitios extraños, de actos de amor interrumpidos en el momento menos oportuno... tuve un sueño diferente.
Me encontraba en una manifestación (aunque pocas veces estuve en una), rodeado de millares de personas. No era mi ciudad, no. Era una mucho más grande, y lo podía adivinar por el tamaño de las avenidas. Madrid, Sevilla, quién sabe. Recorríamos lenta y pacíficamente las calles, gritando no sé qué consignas. Por la subida de los precios, por el último atentado, por la nueva ley de educación, por cualquier cosa que esté mal y contra la que haya que protestar. No lo sé, las voces sonaban como murmullos, como esas veces que las escuchas pero solo entiendes su musicalidad, los sonidos vocálicos, pero no logras distinguir bien las palabras.
Y en medio de esa manifestación, cuando ya me eran familiares las caras de las personas que ocupaban posiciones más cercanas a la mía, cuando aprendía de memoria las curvas de la chica que tenía delante, la mirada de la que estaba a mi lado, la forma de andar del hombre que estaba a mi otro lado, y sabía que miles, cientos de miles de personas me rodeaban, ese timbre metálico me despierta, y acaba con todas ellas, de un plumazo, las evapora igual que habría hecho una bomba nuclear que cayera en mitad de esa multitud.
No pude soportarlo, ese despertador genocida merecía ser ejecutado en el acto.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Sol caprichoso


Era un sol arrogante. Salía y se ponía a su antojo por cualquiera de los puntos cardinales, siguiendo múltiples y caprichosas trayectorias. A veces se iba y tardaba semanas en aparecer, otras brillaba durante días para desesperación de las gentes, las plantas y los animales.

Imagen publicada por Vero_89 en flickr

sábado, 6 de septiembre de 2008

Escaparate



No entendía bien el concepto de aquél escaparate, lleno de coches y gente pasando. Sería una nueva campaña publicitaria agresiva?. De repente me di cuenta: yo era el maniquí del escaparate.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Lirios



Ese día iba a pedirle matrimonio a su novia de siempre y decidió regalarle unas flores.
Pensaba en un ramo de rosas, pero en la floristería le llamaron la atención unas que quizá antes había visto en libros o revistas. Pero nunca delante de él.

-Y éstas como se llaman?. Preguntó a la dependienta.
-Lirios.
-Ahhhhh -exclamó dándose cuenta de que exhalaba los mismos perfumes que estaba respirando.

Los llevó a su casa, y nunca llegó a hacer ese regalo. Se enamoró de aquellos lirios y ese amor duró eternamente...

Aromas



domingo, 21 de agosto de 2039

Hace 2 meses que he regresado de mi primera misión espacial. Ahora estoy a punto de comenzar una nueva.

La estación orbital de Io es mi destino. En la Tierra solo permaneceré el tiempo justo para recuperarme de una estancia de tres años en soledad. Mi visión desde allí es algo con lo que todo el mundo ha soñado: el espacio exterior, los planetas, los astros. Si, es muy hermoso, pero los que seguís viviendo en la Tierra no imagináis que sois privilegiados.

En cada viaje el jefe de operaciones me ofrece rellenar una lista de peticiones. Puedo escribir en un papel hasta 20 artículos, siempre que el peso no esté por encima de 15 kilogramos y el volumen no supere el del contenedor previsto. No hay otro límite, puedo solicitar cualquier cosa y ellos me la proporcionan.

En mi primer viaje había pedido aquellas cosas que siempre pensé que me llevaría a una "isla desierta". Algunos libros, un reproductor multimedia, discos, juegos, algunas fotos y recuerdos... Algo para escribir, revistas... qué otra cosa si no...?.

Esta vez he hecho una petición mucho más especial. Nunca imaginé que eso me ocurriera, pero en el anterior viaje sentí una enorme nostalgia de algo que solo hay en la Tierra.

En el espacio no hay olor (salvo el de mi propio cuerpo y mis objetos), y desde que fui consciente de eso, deseaba volver de nuevo a nuestro planeta para, la próxima vez, no cometer el mismo error y hacer las mismas solicitudes.

Esta vez pedí que en mi equipaje viajaran conmigo pequeños frascos de las esencias, aromas y olores que siempre me hicieron sentir vivo.

Mis elecciones fueron: brisa marina, pescado fresco, olor a leña, a césped recién cortado, a tierra mojada, y aroma de sexo de mujer...

Peso y talla

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Solo el ruidito chirriante de la impresora que se hallaba alojada en el interior del poste metálico logró sacarme de mi aturdimiento. Era sábado por la mañana y aún no me había despertado del todo. El poste escupía un ticket bien impreso a través de una pequeña rendija. Lo cogí y lo corté.
Peso: 72 kgs.
Talla: 178,6 cms.
No había caído en la cuenta. Sobre el poste, una especie de farola futurista que pendía encima de mi cabeza, había medido mi altura. Aunque no era lo que me interesaba, solo quería controlar si había bajado esos dos kilos de más que cogí este verano.
-"Ciento setenta y ocho con seis..."- leí mentalmente. Vaya máquina!.
Llamé al empleado de la farmacia.
-Oiga, el aparato parece que no funciona bien.
-Siento contradecirle señor, pero las mediciones son correctas. Lo revisamos esta misma semana, como puede ver en la pegatina...
-Insisto en que no es correcto, mido uno setenta y dos y aquí pone más de uno setenta y ocho -dije señalando el ticket-.
-No se preocupe, le devolveré la moneda.
-No, pero si no es cuestión de que me devuelva la moneda. Solo era por advertirle que no funciona bien y que mande a revisarlo. En todo caso no me pensaba tallar, solo pesar.
-Hagamos una cosa. Mido uno ocheta y tres. Depositaré una moneda y comprobaremos si el aparato falla.
-De acuerdo -dije sin mucho interés.
De nuevo el chirridito de la impresora anunciaba la salida del ticket. Me dejó cortarlo para que no quedara duda
-Ciento ochenta y tres con dos...
Balbuceé algo como "gracias" y salí de la farmacia con una extraña sensación.
Definitivamente, escribir un blog estaba provocando en mi un enorme crecimiento personal...

Sobre Dalí



Dalí no nació en Figueres, como aseguran sus biógrafos.
Nació de una de sus pinturas, que acababa de pintar con sus bigotes en forma de pincel...

Hombre cansado busca salida

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Gastado como unos zapatos viejos
era un hombre cansado de la vida
que apenas encontraba otra salida
que no fuera saltar tras los espejos

Tras uno él encontró que se pasaba
como Alicia al país de maravillas
contra otro se cortó las dos mejillas
y un buen hilo de sangre le manaba

saltar espejos es para novelas
así que ve buscando otra manera
amigo que estás gordo y no te cuelas

como oso que defiende su morada
vive tu vida tú, pero acelera
y sácale partido, que se acaba

Aire femenino



Nunca he podido sentirla, tener contacto físico con ella.
Lo he soñado tantas veces...!
Hoy pasó por mi lado, yo estaba sentado, su muslo y su cadera casi rozan mi brazo y mi hombro.
El aire que desplazó me pertenecía.
Fue una caricia indirecta.

Evolución



Algunos primates evolucionaron y formaron sociedades en armonía, donde todos se preocupaban por todos, se protegían, y las cosas funcionaban bien. Es el ejemplo de chimpancés y gorilas.
Otros, se convirtieron en hombres.

Engaño



Las mariposas son producto de un sutil engaño de la Naturaleza. ¿Cómo, si no, podría ésta hacernos creer en la belleza de un gusano?

De incógnito



El jefe se presentó sin que lo esperaran.
Por eso, cuando llegó, no había absolutamente nadie.

Paso de peatones


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Cruzaba la avenida, absorto en mis pensamientos. Una relación que no funcionaba hacía meses, las dificultades económicas, mi problemático hijo adolescente...

La visión periférica me alertó. A gran velocidad, aparecía un coche cuyo conductor no debía haber visto el semáforo... ni a mi. Se aproximaba fatalmente. Imposible evitarlo, imposible que frenara, mi inevitable muerte estaba a pocos metros de distancia, y yo podía contemplarla.

Para mi sorpresa, el coche me atravesó limpiamente y pasó de largo. No hubo golpeo, ni sonido, ni dolor. No ocurrió absolutamente nada.

Al fin tuve que admitir la verdad que había estado negándome todo ese tiempo... En aquél paso de peatones, yo había muerto meses antes.

Materialismo


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En el futuro, desde el espacio podrá verse identificado el globo terráqueo mediante un código de barras.

Sequía



El agua era ya tan escasa, que cuando llovía los transeúntes se disputaban los charcos que se formaban en el pavimento.
Los hombres, como bestias, en el abrevadero.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Nube suicida





No sé qué hacía ahí, en medio de un cielo azul y ardiente... La física a veces no aclara esas cosas, qué exhalación de vapor ha podido producir esa pequeña nube solitaria?. Fue la respiración de una pareja de amantes, el charco de una meada de perro, o la cresta de una pequeña ola?.

La nube estaba ahí, como si fuera un corderito que se hubiera despistado de su rebaño, en su afán de descubrir un mundo que ante todo le provocaba curiosidad.

El sol, como lobo hambriento, tardó pocos minutos en devorarla.

martes, 2 de septiembre de 2008

La rebelión de los bolígrafos



Aconsejo guardarlos con cuidado. En un cajón, bajo llave, de manera que no estén al alcance de los niños y no podamos herirnos con ellos.
Los bolígrafos han comenzado su rebelión, o al menos siento que está cerca. Después de más de un siglo siendo los protagonistas absolutos de nuestros escritos, los intermediarios de nuestros pensamientos, anhelos, deseos, declaraciones de amor, aciertos, errores, éxitos, fracasos, alegrías y penas, los hemos relegado a la categoría de anotadores de cosas pequeñas y sin importancia, listas de la compra, citas con el médico tomadas apresuradamente por teléfono, o el recordatorio en un post-it sobre el frigorífico.
Atentos a ellos, algún día se tomarán venganza y, a modo de lanzas, con sus puntas se clavarán en nuestros corazones, para que nunca volvamos a cometer el error de relegarlos al olvido.